A tres días de iniciar sus vacaciones, Jordi está cansado de escuchar las bromas de sus compañeros. “Oye, déjame que disfrute yo tus vacaciones que a ti te sientan mal”; “Jordi, ¿listo para tu gripe vacacional?”, ironizan. Lo peor, piensa Jordi, es que tienen razón. Será casualidad, pero cada año pasa los primeros días de descanso estival enfermo, incluso en cama. Si no es fiebre, es un virus intestinal, y si no dolor de cabeza o un mal humor y una apatía descomunales. “No es casualidad que Jordi enferme al iniciar sus vacaciones; son muchas las personas que se sienten agotadas, les duele la cabeza, están apáticos, sólo tienen ganas de estar en la cama o les da fiebre por el cambio brusco que supone pasar de la sobreactividad a no tener nada que hacer”, asegura Borja Farré-Sender, responsable de la Unidad de Ansiedad y Estrés del Hospital Universitari Quirón Dexeus, que también deja claro que estos males no sólo tienen cura sino que son fácilmente evitables.
Lo normal es que el día que uno sale del trabajo para iniciar las vacaciones lo haga con una sonrisa de oreja a oreja y al grito de “¡me voy de vacaciones!”. Pero hace tiempo que los médicos explican que cada vez atienden a más turistas con síntomas de enfermedades relacionadas con el hecho mismo de estar de vacaciones. El perfil de estos pacientes es, fundamentalmente, el de personas acostumbradas a vivir en la ciudad, con un cierto nivel de estrés, que al cambiar de hábitos, exponerse al sol, respirar aire puro y descansar sufren desórdenes en su organismo y requieren atención médica. Algunos lo llaman el síndrome de las vacaciones o del tiempo libre, aunque también hay quien habla de la depresión de la tumbona.
Razones biológicas Ad Vingerhoets, un profesor de la Universidad de Tilburg, en Holanda, asegura que para algunas personas los días de descanso son una enfermedad real, una patología relacionada con las hormonas que activa el estrés y su repercusión en el sistema nervioso y el sistema inmunológico. Porque, como apunta el doctor Farré-Sender, hay razones biológicas que justifican lo que le ocurre a Jordi y a otras muchas personas. “Cuando estamos sometidos a estrés, cuando tenemos que atender demasiados frentes, se alteran cosas en el organismo, en el sistema simpático y en el inmunitario”, dice. Y detalla que estudios recientes han demostrado que con el estrés se dispara el nivel de cortisol, una hormona segregada por la glándula suprarrenal que no origina ninguna enfermedad pero sí afecta a los procesos inflamatorios e implica que cuando baja el nivel de estrés haya tejidos inflamados y más probabilidad de que el sistema inmunológico no responda bien ante los virus y esa persona enferme.
El profesor Vingerhoets relaciona este mayor riesgo a enfermar cuando el cuerpo se relaja con el desfase en los tiempos de actuación de la adrenalina y el cortisol, las hormonas que se segregan debido al estrés. La adrenalina impulsa el sistema inmunológico y defiende al organismo contra las infecciones, y se dispara y desaparece en milisegundos. En cambio el cortisol, que trabaja como antiinflamatorio y anula las células inmunológicas, tarda diez minutos en desactivarse, y en ese lapso de tiempo en el cual ya no hay adrenalina pero sí cortisol que inhibe el sistema inmunitario, el contacto con cualquier germen provoca que la persona enferme, según los estudios de Vingerhoets.
Por eso es frecuente enfermar no sólo en vacaciones, si no cuando alguien deja de cuidar a un familiar hospitalizado o supera una situación traumática y estresante, es decir, cuando el cuerpo se relaja tras estar sometido a mucha tensión. “Lo que nos enferma no son las vacaciones, sino el ritmo vital que tenemos el resto del año y el choque frontal que supone para muchas personas pasar de la presión del trabajo, de la conciliación familiar y social a disponer de tiempo libre”, opina María Jesús Monteagudo, psicóloga e investigadora del Instituto de Estudios de Ocio de la Universidad de Deusto. “Llegamos a normalizar un nivel de estrés muy elevado porque es el ritmo al que nos habituamos durante muchos meses al año, y si ese ritmo frena y hacemos un punto y aparte, el organismo lo percibe como un cambio radical, le cuesta habituarse de un día para otro y aparecen jaquecas, insomnio, angustia, irritabilidad…”, afirma Anna Sangles, especialista en psicología y calidad de vida de Isep Clínic Barcelona. A menudo el cambio resulta aún más brusco porque las semanas previas a las vacaciones acostumbran a concentrar mucho ajetreo para dejar el trabajo terminado, hacer los preparativos de algún viaje, resolver las cuestiones domésticas o familiares pendientes… De hecho hay personas a quienes les estresa tanto todo lo que han de hacer antes de vacaciones que aseguran que preferirían que no existieran y seguir trabajando.
Razones psicológicas Porque lo bien o lo mal que a uno le sientan las vacaciones no es sólo cuestión de hormonas, tiene mucho que ver con la personalidad de cada cual. “Si una persona es muy reticente a los cambios, ansiosa o neurótica, es más vulnerable ante la incertidumbre y los conflictos, tiende a activarse antes, y ante los mismos retos o nivel de estrés que otra enfermará con más facilidad”, comenta Farré-Sender.
Psicólogos y médicos coinciden en que un perfil de personas proclives a enfermar durante las vacaciones es el de aquellos que tienen una alta implicación laboral, con un sentido de la urgencia y de la impaciencia elevado, que se sienten bien trabajando bajo presión, sometidos a retos y que, en vacaciones, cuando desaparecen esas circunstancias, lo pasan mal. De hecho, hay personas que se sienten culpables si no trabajan, que tienen remordimientos por descansar y desconectar de sus obligaciones.
Sangles enfatiza que también hay circunstancias sociales y familiares que contribuyen a que no todas las personas se sientan bien en vacaciones. “Para unos es la presión del culto al cuerpo, el pensar que han de prepararse para estar guapos, hacer deporte y mostrarse fantásticos, lo que añade estrés a las vacaciones; para otros lo que se hace cuesta arriba es tener que planificar viajes, reservar hoteles u organizar encuentros familiares, y para algunos más recuperar un rol que habían abandonado, el de padre o madre, el de hijo o el de pareja”, resume la psicóloga de Isep Clínic. Porque a veces el trabajo anestesia vacíos conyugales, personales y sociales y hay personas que durante el año están volcadas en su vida laboral y tienen ayuda para resolver las cuestiones domésticas, y en cambio al llegar las vacaciones tienen que atender a los hijos, hacer las camas, cocinar, limpiar y convivir todo el día con una pareja con quien no siempre tienen una buena comunicación. Monteagudo cree que el problema por el que algunas personas se angustian en vacaciones es que no saben cómo enfrentarse al tiempo libre, desconocen qué quieren hacer. “Para algunos las vacaciones son un desierto, una sensación de vacío, de aburrimiento, que por contraste con la aceleración que viven el resto del año, hace que se sientan mal”, comenta. Explica que durante el año es frecuente que los tiempos de ocio se contagien de la aceleración de los tiempos laborales y uno vaya corriendo al gimnasio, corriendo a un concierto, corriendo a una cena de amigos… y en vacaciones, cuando ese ritmo baja y el tiempo está desestructurado, algunos sienten un vacío. En cambio, opina que quienes tienen claro lo que les gusta hacer y durante el año disfrutan con sus actividades de ocio están deseando ocupar el mayor tiempo libre de las vacaciones con esas actividades para las que durante el resto del año no tienen tiempo.
Razones económicas Pero Sangles puntualiza que en el malestar que a veces provocan las vacaciones también hay razones económicas. “No es lo mismo tener dinero para salir de viaje y planificar muchas actividades que pensar que en vacaciones te habrás de quedar en casa con toda la familia porque no tienes recursos para nada”, comenta. Y añade que la crisis también incide en que haya más personas angustiadas por la llegada de las vacaciones, porque algunas no saben si tendrán trabajo cuando regresen. También Farré-Sender cree que el miedo que ha provocado la crisis a perder el empleo o a que se precaricen las condiciones laborales ha hecho que aumenten un 30% las enfermedades psicosomáticas y que haya más personas estresadas y proclives a enfermar con el parón estival.
Un aterrizaje suave La solución ideal para no enfemar por vacaciones es prevenir el estrés durante todo el año laboral, ser capaces de desconectar a diario al salir del trabajo y realizar actividades de ocio. “Hay que tener un registro vital que no esté centrado sólo en la productividad laboral para ser capaz de segregar dopamina (que proporciona bienestar y motivación) cuando se realizan otras actividades”, aconseja el responsable de la Unidad de Ansiedad y Estrés de Quirón Dexeus a quienes viven volcados en el trabajo.
Pero como uno no siempre puede evitar el estrés laboral, la recomendación de los expertos para no sentirse mal al iniciar las vacaciones es preparar un aterrizaje suave y no pasar de cien a cero en unas horas. “No podemos terminar hoy de trabajar y salir mañana de viaje a la playa o a la montaña porque el cuerpo no está preparado ni la mente tampoco”, afirma la psicóloga Anna Sangles. En su opinión, lo ideal es que entre el trabajo y las vacaciones con la familia o con los amigos cada uno se dedique al menos uno o dos días a sí mismo, a descansar, a no pensar ni hacer preparativos, a no hacer nada o a alguna actividad que le resulte muy gratificante para no pasar de estar sometido a las decisiones del jefe a supeditarse a los deseos de otras personas. “Es aconsejable dedicarse tiempo de relax y para satisfacer los propios deseos, desechando cualquier actividad que comience por ‘tengo que’, una expresión que no debería figurar en el lenguaje de vacaciones”, enfatiza.
Los médicos recuerdan que el cambio fisiológico que comportan las vacaciones también es más llevadero si se sigue una dieta equilibrada y se duermen las horas necesarias, porque en unos cuantos días el cuerpo se adapta a las nuevas condiciones. Para lograr un aterrizaje suave también es importante ir preparando las vacaciones con antelación. “En el trabajo hay que terminar todo lo que haya pendiente y aprender a delegar para poder desconectar del todo durante las vacaciones; pero también hay que programar el tiempo de vacaciones en familia, hablando con todos, viendo qué quiere hacer cada uno, planteando objetivos realistas, repartiendo las tareas y los preparativos a realizar…”, expone Sangles.
Farré-Sender, por su parte, aconseja a quienes están acostumbrados a un ritmo muy fuerte de actividad que no pasen del trabajo a una inactividad absoluta y procuren realizar actividades de ocio pero, si es posible, sin montarse una agenda de vacaciones absolutamente programada. A este respecto, Monteagudo, especialista en ocio y potencial humano, opina que la solución no es hacer actividades por hacer, por llenar el tiempo, porque eso no satisface y puede convertirse en un elemento de presión más. “El ocio no es nunca la panacea, es sólo un componente más de la vida de cada uno que hay que cultivar, como se cultivan el amor, las amistades o la familia; no puedes dedicar el mes de agosto al ocio, sin más, si no has dedicado antes tiempo a pensar qué quieres hacer, en qué encuentras satisfacción”, resalta. Y recuerda que la forma de descansar y de disfrutar es siempre personal, porque lo que a un persona le relaja a otra quizá le estresa, y por eso no hay recetas mágicas. “Lo importante es que cada uno descubra qué le llena, qué le satisface, y dedicar el tiempo libre que proporcionan las vacaciones a aquello con lo que disfrutamos”, concluye.
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